Luis Marín
02-10-10
La celebrada intervención de la periodista de France Presse, además del teatro de siempre, exige una lectura que nadie quiere hacer: que aquí hubo una estafa electoral. El problema es que ella hace incomprensible el ambiente de celebración de los presuntos estafados.
Ciertamente es difícil de entender cómo es que obteniendo más votos se puede tener menos representantes, pero eso se podría explicar, dependiendo del sistema que se use para asignar los cargos; lo que sí es inexplicable es que las víctimas de la flagrante injusticia celebren con bombos y platillos su resonante victoria y otros enfaticen la derrota del régimen con expresiones paradójicas como “ganar perdiendo” o “perder ganando”.
Una vez más el problema es de interpretación del lenguaje. Así como antes nadie entendió lo que querían decir Rosales y su combo con “ganar y cobrar” y cada uno lo interpretó a su manera; ahora hay que ver quién gana y quien pierde y qué se gana y qué se pierde.
Bien vista la cosa, una chambita en dólares con inmunidades parlamentaria y diplomática al mismo tiempo y residencia fuera de este país infernal no está nada mal para, digamos, Timoteo Zambrano, cabecilla de todos los fracasos de la oposición en la última década, de los que él ha salido absolutamente indemne, como aquellos políticos “corcho” que si los hunden por un lado flotan por el otro.
O Alfonso Marquina, de quien decía extrañada Patricia Poleo que la había acompañado en un programa de radio, por allá en Maturín, el día y hora en que la Fiscalía General aseguraba que estaba en Panamá planeando el asesinato de Danilo Anderson y mientras ella ahora se encuentra en el exilio, él aparece muy fragante, recién bañado, como si nada, en un programa ¡en RCTV! Y si lo viera ahora como flamante diputado a la Asamblea Nacional… ¡Todo un habilitado!
O Teodoro Petkoff, que además de tener una fracción en cada ministerio, instituto autónomo e institución pública en general, como las Universidades Autónomas, Experimentales o Católicas, incluyendo, por supuesto, al CNE, donde tiene un representante personal, ahora va a disfrutar también de una fracción parlamentaria que va a bailar al ritmo que él les toque, más o menos como hace Chávez con los suyos, de manera que lo único que le falta es ser candidato único en el 2012, “si le aguantan las rodillas”.
Pero en la mejor fiesta nunca falta alguien que ponga la nota discordante, como esa cándida periodista de France Presse, que no sabe “de qué se trata la cosa”, que “ignora totalmente lo que aquí pasó”, “como si viviera en la luna”, ella no sabe “que estas elecciones están montadas en un método (…) que no tiene nada que ver con la sumatoria de los votos”.
Y eso que ella no cuestiona ese sistema blindado, inmune no sólo a triquiñuelas sino a cualquier observación, ni su mecánica incomprensible incluso para los técnicos, ni la impecabilidad de las cifras, aunque sean inverificables y nadie sepa de dónde salieron; su apreciación se refiere al aspecto externo, lo que resulta chocante a la vista, es completamente estética y sin embargo ya eso resulta “desestabilizador”, pasible de condena penal, como el tabú de la palabra “fraude”.
Finalmente, esos ingenuos “humanistas” que ahora, después de todo un largo período parlamentario usurpando funciones, vienen a descubrir que existen maquinas electorales itinerantes, centros electorales ficticios, electores fantasmas, circunscripciones arbitrarias, poblaciones flotantes, localidades donde el número de inscritos para votar supera ampliamente a la población, inversión de resultados, migrados, multicedulados, ancianos centenarios, muertos ambulantes, cubanos, colombianos, ecuatorianos, etarras, islamistas y, por qué no decirlo, una participación sin precedentes en mesas electorales desiertas.
El verdadero milagro del CNE es que en Venezuela hay que hacer cola para todo, excepto para votar.
LOS CHAVISTAS TAMBIÉN VOTAN
Los demócratas, que tomaron como ingeniosa consigna “hay que mojar el chiquito”, tienen sus propias y muy loables razones para exaltar el voto; el problema es que olvidan que las elecciones las organiza el gobierno y que sus partidarios también votan, por razones muy diferentes e incluso contrarias a las de ellos.
Ambos concurren al mismo acto con motivaciones opuestas: unos, para defender la democracia y la libertad; los otros, para implantar el comunismo, el totalitarismo. Entre ambos, ¿quién tiene la razón?
Dicen los demócratas que lo hacen porque “no saben hacer otra cosa”, pero además porque es de su propia esencia, las elecciones son el sancta sanctórum de la democracia. Pero por su parte los chavistas, que no son demócratas, votan igual, con el agravante de que son los dueños del patio, la pelota, el bate, ponen las reglas, los árbitros y las cervezas.
Lo extraordinario es que a éstos el voto no los dignifica, no pueden exhibir “el chiquito manchado” como un glorioso estandarte, signo indeleble de cultura cívica, de respeto al derecho ajeno, de convicción democrática y pluralista.
Alguien debe estar equivocado, porque o los dos son demócratas o ninguno de los dos lo son, o bien el voto no sirve como distintivo.
La verdad que no se quiere ver es que el voto, en sí mismo, no es ningún símbolo de superioridad moral, no sirve para distinguir a nadie, ni es nada para sentirse orgulloso, ni emblema de libertad, democracia y respeto.
No hay nada sagrado en el voto, que es sólo un instrumento, completamente adjetivo, para tomar ciertas decisiones, y que, por cierto, tampoco brinda ninguna garantía de que la decisión sea buena, simplemente porque se llegó a ella mediante una elección; tanto menos cuando se trata de un mecanismo turbio, amañado y deshonesto.
En Venezuela se ha desvirtuado el voto en muchos sentidos. El más obvio es que se le pretende utilizar para aprobar imposibles, justificar arbitrariedades, francas violaciones no ya a la Constitución y las leyes sino a la lógica y al sentido común.
Como cuando se sometió a referéndum la llamada “reforma constitucional” para establecer la reelección indefinida. Dejando a un lado la pregunta, que era por sí sola un asalto a la Razón, el ventajismo y todo lo que ya se sabe del sistema electoral, lo cierto es que en los Principios Generales de la Constitución se dice que el gobierno es y será siempre “alternativo”. ¿Cómo puede decirse luego que, no obstante, los gobernantes podrán reelegirse indefinidamente?
Lo que diferencia a la República de la Monarquía es precisamente la alternabilidad en el cargo del Jefe de Estado. Si éste es vitalicio o hereditario, como en Cuba, Libia, Siria, Corea del Norte y semejantes, no puede hablarse de república, aunque se recurra al manido argumento de “consultar al pueblo”.
Así como las elecciones no sirven para resolver divergencias filosóficas, científicas o de conocimiento en general, tampoco sirven para legitimar arbitrariedades e incluso crímenes, como si se sometiera a votación la abolición de los derechos humanos, como la propiedad y libertad de los individuos.
El voto utilizado como un arma, exactamente como cualquier otra arma, puede servir para salvar vidas o asesinar, proteger la propiedad o robar, dependiendo de quién la tenga en sus manos. Así que el problema no es el arma sino quien la use y para qué, si para la defensa o la agresión, si para la libertad o la opresión.
En conclusión, una consigna apropiada bien podría ser: “De elección en elección, avanza la revolución”.
¿DE QUÉ SE RIEN?
Hay que dejar que se disperse el humo de los cohetes, que se acallen los vítores y hurras, el jolgorio carnavalesco para ver cuál es el país que nos queda después de la resaca, lo que se llama “el día siguiente”.
¿Liberaron a los presos políticos? ¿Regresaron los exiliados? ¿RCTV comenzó a transmitir en señal abierta? ¿Devolvieron las 42 emisoras a sus legítimos propietarios? ¿Cesó el acoso contra las empresas Polar?
¿Fueron reivindicados los 23.000 empleados de PDVSA? ¿Se les pagaron sus prestaciones sociales, caja de ahorros, salarios caídos? ¿Se revocaron las listas negras, el veto para trabajar y contratar?
¿Se reabrió la embajada de Israel? ¿Se cortaron nexos con Irán y Siria? ¿Se devolvieron los guardias revolucionarios iraníes? ¿Salieron los yijadistas de Hamas y Hezbolá?
¿Se dejó de financiar la tiranía de los hermanos Castro? ¿Se retiraron las tropas cubanas del país? ¿Fue despachado el G2? ¿Se recuperaron para venezolanos los registros y notarias? ¿La CANTV? ¿Planta Centro?
¿Se desmantelaron los campamentos de las FARC? ¿Se deportaron los etarras a España? ¿Se desarmaron los colectivos del 23 de enero? ¿Se desmovilizaron los miembros del FBL? ¿Apareció Valentín Santana?
¿Se dejaron de dilapidar recursos del país para financiar la revolución continental? ¿Regresaron los helicópteros y tropas de Bolivia? ¿Ceso la intervención en Centro América? ¿Se abandonó el proyecto de la Gran Colombia? ¿Se derribaron las estatuas de Tiro Fijo? ¿Nos libramos del Foro de Sao Paulo?
¿Se satisficieron las demandas de la familia Brito? ¿Se devolvieron las tierras confiscadas? ¿Se desocuparon los edificios invadidos? ¿Se pagaron las indemnizaciones a los injustamente expropiados?
¿Por fin se sabe para dónde va el petróleo, quien lo paga y quien no paga? ¿Los derivados que se negocian en alta mar, en el Caribe? ¿Mandaron a buscar la maleta de dólares que se quedó por allá en Argentina sin que nadie la reclame?
¿Ceso la corrupción? ¿El crimen organizado transnacional? ¿El tráfico de drogas, de armas, de personas? ¿El blanqueo de dinero mal habido? ¿El nepotismo?
¿Disminuyó la inflación? ¿Aumentó el empleo formal? ¿Hay más seguridad en las calles y en las casas? ¿Menos asesinatos los fines de semana? ¿Menos secuestros? ¿Menos impunidad? ¿Se saneó el Poder Judicial? ¿La policía?
¿Se eliminó la consigna “Patria, socialismo o muerte”? ¿Cesó la prédica del odio? ¿Desaparecieron el antiamericanismo y antisemitismo? ¿El reino de la simulación y el disimulo? ¿La verdad oficial? ¿El imperio de la mentira?
Para los izquierdistas, nada mejor que sus propias palabras: ¿De qué se ríen, de qué se ríen?
domingo, 3 de octubre de 2010
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