Son 11 años de desasosiego que ha vivido la nación, abrumada por un régimen desenfrenado en el abuso de poder, de los fondos públicos y de la represión, que habilidosamente ha sorteado la condena internacional y de muchos sectores del país, gracias a los “argumentos de la chequera que ablanda conciencias”. Pero todo tiene un límite.
Aquí no se puede trasladar la culpa a otro u otros, como por años han querido hacerlo para proteger a los asesinos de Puente Llaguno. Aquí la responsabilidad indubitable, inexcusable e imperdonable la tienen unas cuantas mujeres inmorales y uno que otro señorito que por miedo a sus superiores o por el placer del poder fugaz que detentan, se han prestado para esta aberración. Trabajan en eso que siguen llamando “Ministerio Público” y en los circuitos penales. Todos perfectamente conocidos y la mayoría militantes del partido oficial.
Así será la borrachera (¿o desesperación?) del régimen que no se percataron de su error, sobre todo tratándose de un régimen plagado de reales encapuchados, golpistas con armas y acciones de guerra, desestabilizadores internacionales y persistentes agitadores, desde la cúspide hasta la base, desde el “jefe” hasta esas bandas de malandros bien conocidas en los sufridos barrios del país, equiparables a la gavilla de juezas, fiscales y fiscalas que “por órdenes superiores” condenaron sin juicio previo a Julio César Rivas.
La dignidad del muchacho los arrodillará: “lo primero es derrotar al miedo”.
Hay eventos históricos que se inician con sucesos aparentemente intrascendentes. El asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa Sofía pudo haber sido considerado un hecho atroz, y nada más, en cambio fue el detonante de la primera guerra mundial. En nuestros predios, un aumento de pasaje desencadenó el Caracazo y los cambios que luego de él sobrevinieron. El “efecto mariposa” de la teoría del caos.
¿Qué pasará con lo de Julio? nadie lo sabe. Pero de seguro, si la juventud que aspira crecer en esta patria se hace respetar, pronto llegará el momento en que a “las juezas y fiscalas del terror”, junto a los señoritos que le dieron órdenes o las acompañaron en sus decisiones, les sobrará tiempo para llorar su indignidad.
Alfredo Weil
27 sep 2009
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