Votar o no votar no es una decisión existencial, como la del famoso dilema hamletiano. No es una cuestión de principios ni de dogmas.
Es, lisa y llanamente, una postura táctica, una decisión que depende de la coyuntura política concreta que se esté atravesando. Nuestra historia y la de otros está cargada de ejemplos al respecto. Recordémoslos de nuevo. En 1952, la oposición "legal", constituida por URD, con el respaldo del ilegalizado PCV, y por Copei, llamó a participar activamente en las elecciones para la Asamblea Constituyente convocadas por el perezjimenismo. AD, después de una inicial postura abstencionista, terminó sumándose al "participacionismo".
El resultado fue una clamorosa victoria de la tarjeta amarilla de URD.
La decisión había sido correcta. La intrínseca debilidad del régimen militar quedó al desnudo, pero la oposición no estaba preparada para lo que vino: un nuevo golpe de Estado, el del 2 de diciembre de 1952, que desconoció el resultado electoral, e instaló abiertamente la dictadura de Pérez Jiménez, "en nombre de la FAN". Cinco años después, para diciembre de 1957, ante el plebiscito convocado por el dictador, la oposición, que ya estaba unificada en la Junta Patriótica, llamó a no votar. La coyuntura política era distinta, comenzaba el auge popular, después de años de apatía, y la decisión fue tan acertada que el plebiscito fue un fracaso, el pueblo caraqueño comenzó a alzarse, la FAN se dividió y mes y medio después la dictadura había sido barrida.
En Perú, cuando Fujimori planteó su segunda reelección, Alejandro Toledo decidió participar, aun a conciencia del fraude que todo el mundo avizoraba.
Movilizó al país, y ante el fraude, con base en el movimiento popular que había creado durante la campaña electoral, cogió la calle; se creó la crisis y cuando Fujimori convocó a nuevas elecciones, la decisión de Toledo, esta vez, fue la abstención. La crisis se profundizó y pocas semanas después "el Chino" había sido desalojado del poder.
La conclusión se cae por su propio peso: se vota o no se vota dependiendo de las condiciones concretas en que deba tomarse la decisión. No es cosa de principios sino de eficiencia política. En los ejemplos que hemos utilizado, las mismas fuerzas políticas que actuaron en ambas situaciones, utilizaron, porque las condiciones eran diferentes, tácticas distintas. Por lo general, cuando se cuenta con un plan alternativo a no votar, que sea viable, lo aconsejable es, precisamente, abstenerse. Cuando no se cuenta con este, ni se ven posibilidades de estructurarlo, porque la coyuntura es completamente desfavorable, lo aconsejable es votar.
De modo que para decidir qué hacer, lo sensato es asomarse a ambas opciones desprejuiciadamente, sin posturas dogmáticas y examinar realistamente las condiciones en que se actúa, sin confundir los propios deseos con la realidad. No se trata de una cuestión moral o ética sino de táctica política. Para decidir habría que responderse una pregunta sencilla: ¿Cuál es nuestra situación concreta?
lunes, 16 de noviembre de 2009
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